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Selva negra

«La justicia para el indígena no existe»

Santiago Manuim, líder Awajún. Agosto 2009

Publicado: 2015-02-16


Esta es una breve reflexión respecto a los imaginarios evocados alrededor del conflicto desatado en Pichanaki (Junín) contra la transnacional Pluspetrol, desde una óptica distinta a la brindada hasta ahora por los medios de prensa y las diversas opiniones vertidas en general.

“Ellos no quieren adaptarse al desarrollo del país” sino que buscan “violencia, atraso y confrontación” – Ollanta Humala

Más allá de que paradójicamente estas declaraciones escondan el mismo argumento perverso que utilizó el ex presidente García para descalificar las demandas del Baguazo, estas condensan dos de los imaginarios construidos desde hace cientos de años para legitimar la posición de superioridad por sobre las poblaciones indígenas: son salvajes y por lo tanto opuestos a la civilización; y son dóciles e ignorantes, por lo tanto, fácilmente manipulables por otros agentes. De esta forma se subalterniza al indígena despojándolo de su condición de persona y se le niega toda capacidad de discernimiento sobre los problemas del país y sobre el ‘desarrollo’ que lleva la empresa privada en sus territorios. Así, ellos no son capaces de tomar decisiones por sí mismos, sino que deben ser otros -los técnicos, los no indígenas- quienes tomen las decisiones por ellos. Una situación que va más allá de la discriminación, situación que se llama tutelaje.

Esta contraposición entre modernidad y barbarie, desarrollo y atraso, tiene sus inicios en la división entre la república de españoles y la república de indios, donde se instauró la imagen del Estado como centro civilizador geográficamente identificable (en la costa criolla) y su contraparte en la periferia (la sierra indígena), que mientras más alejada del centro en el que se ubique una comunidad, esta se constituye cada vez más incivilizada. Así, el margen de exclusión se hace tangible y se enmarca al Estado como una unidad territorial, mostrando a las comunidades indígenas amazónicas (las más alejadas) como detenidas en el tiempo al 'margen' del Estado, presentándola como una disposición natural cuando en realidad la ‘marginalización’ es una técnica de ejercicio de poder para justificar las medidas para combatir el nivel de 'atraso' de estos lugares donde la modernidad no llega. Es decir, ninguna división geográfica es natural ni ninguna comunidad es ‘atrasada’ per se, sino que estas divisiones y categorizaciones son totalmente construidas. ¿Por quienes? por los grupos que ostentan el poder –gobierno, élites económicas-.

En ese sentido, también cabe preguntarse qué es lo que se entiende como “desarrollo”, hacia quienes va dirigido y por quienes está siendo implementado. Antes conocido como 'progreso', no es más que un ‘fenómeno culturalmente creado’ colocándose como un paradigma objetivo e inamovible, cuasi científico que en realidad es el resultado de una ideología determinada –hoy auspiciado por el modelo neoliberal que se nos impone-. ¿Alguna vez le habrán preguntado a algún poblador asháninka, awajún o wampís qué tipo de desarrollo quiere para su comunidad? ¿Alguna vez se les preguntó que querían hacer con sus bosques o sus ríos? ¿Alguna vez si quiera se les consultó antes de intervenir sus territorios? La respuesta es que no, que jamás se les preguntó.

Es esa violencia simbólica y sistemática proveniente del Estado la que invisibiliza a las comunidades amazónicas y sus luchas. Estas no datan del último enfrentamiento en Pichanaki ni tampoco desde el Baguazo; sino que provienen desde hace muchos años atrás sin obtener ninguna respuesta. La diferencia hoy radica en las nuevas formas de expresión pública que encuentran para hacerlas visibles: por un lado por el impacto mediático y los medios alternativos, por las organizaciones y frentes que agrupan a sus poblaciones y demandas y por la red de organismos internacionales aliados. Sin embargo, ante la reiterada falta de atención del Estado, la respuesta violenta de muchas comunidades responde no a una mentalidad irracional, sino a una lucha constante por la defensa de sus vidas y sus territorios.

Y la respuesta de las fuerzas del orden se cristaliza en la represión desatada en Pichanaki, traducida en las balas expectoradas sin remordimiento por la policía. Ello responde a la proyección de su propia violencia y el temor hacia ese ‘otro’ personificado como salvaje, quien debe ser controlado o eliminado para legitimar una posición de dominio y justificar el ejercicio de violencia, percibido como un ejercicio civilizatorio, realizado para proteger el ‘bien’ del país y las inversiones de transnacionales extranjeras como Pluspetrol. Un muerto y más de una veintena de heridos después, las disculpas del Ministro del Interior resultan insuficientes y hasta insultantes. Su cargo a disposición es la mínima respuesta que podríamos esperar.

Finalmente, a raíz de lo sucedido en Junín y las protestas que continúan en Loreto, se puede concluir que lo que está en juego es la demanda histórica por el reconocimiento de estas comunidades. No solo el reconocimiento de sus tierras y su propiedad sobre ellas, sino la lucha por el reconocimiento de sus territorios, sus identidades, su cosmovisión, su derecho a decidir sobre el desarrollo de las mismas y el respeto a su derecho a la consulta.

Escrito por

Sayuri Andrade

"Déjenlo todo, nuevamente láncense a los caminos" R. Bolaño


Publicado en

Revuelta

“A medida que crece, el saber cambia de forma. Lo decisivo es el saber torcido, y sobre todo, lateral.”